Jueves, el último día que te vi, te respiré, te acaricié, y por supuesto, te besé. Y fue como un suspiro descuidado, el tiempo total del día, de la semana, no alcanza para amarte tanto. Aunque finalizamos con un agrio despido, seco y sombrío, yo dormí como princesa encantada, como en esos cuentos de finales felices; lo triste del día siguiente fue despertar de ese sueño y percatarme de que ya no estabas, que nuestros tratos habían cambiado, que parecíamos volver al pasado, a aquel pésimo pasado, claro, en el que presumíamos desconocernos.
Viernes, y seguimos nuestra historia, ¿una nueva historia? Flash backs de nuestros más bellos momentos no puedo evitar tenerlos en mente. ¿Y ahora qué viene? mi cándida mujer demente, que me arrebata las emociones intrínsecas de mi ser. ¿Acaso estás escribiendo un nuevo rumbo en tu vida? ¿uno que ni siquiera me incluye? Mi futuro contigo me genera dudas, pues esos pasados contigo han sido turbios y nuestro presente veleidoso.
Sábado, y aún no consigo ubicarme en nuestra nueva dirección. Más preguntas y preguntas surgieron hoy hacia nosotras. ¿Qué somos? ¿Qué hacemos?¿A dónde iremos? Sinceramente, te imagino sentada, protestando mentalmente contra todos mis actos frívolos y versátiles, preguntándote si te pienso si quiera un instante de mi día, si he decidido concienciarme y recapacitar ante mis errores. Pero no, yo permanezco intacta, quizás igual que siempre, inmóvil ante nuestras pocas esperanzas de hacer sobrevivir este amor.
Domingo, día de labores caseras. Hoy como siempre, miré el reloj de mi celular, revisé mi buzón de sms y hasta el registro de mis llamadas, pero no estabas tú; no había ni siquiera rastro de que por un segundo de este día, en tu cabeza yo haya rondado. Limpié, barrí, moví todo de lugar, aclaré la suciedad de mi espacio. ¿Pero mi alma? mi alma sigue vagabunda, moribunda y con la tinta de tu amor indeleble.
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