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martes, 25 de diciembre de 2012

Nuevos aires de navidad.

Nuevos aires de Navidad.

El cielo amanece y trae un nuevo aire a este día, quizás un poco perfumado de aquellas épocas anteriores en que para estos tiempos todo era gozo, obsequios y asombrosas cenas, pero más que eso, la unión y la reconciliación se hacían visibles como banderas que marcaban un nuevo tiempo de armonía, pero ahora con un aroma  menos dulce, más seco y lleno de agridulzuras.

Estas navidades yacen empolvadas de recuerdos y bellas nostalgias de los buenos tiempos del pasado que rocían de melancolía estas tardes decembrinas en que ya no se oyen muchos niños cantar alegrías, no se ven familias bailando las 4 fiestas, ni casas decoradas de la verdadera luz que iluminaría sus almas: la de la alegría; tan sólo yacen ecos de olvido para las almas sumergidas en infortunios, que no poseen hogar, ni pan, ni abrigo...sólo soledad, tristeza y olvido.

Las pasabocas, el pavo y la champañas juegan a cumplir el papel de ayudarnos a pasar el trago amargo de las angustias que nos aquejan, los odios que guardamos, las injusticias que observamos, las amarguras que nos inquietan, los desamores que nos revientan y las tristezas que nos penetran. 

Cada quien resguarda un invierno de vicisitudes que no alcanza para darle paso a la primavera de bienandanzas; cada quien construye un castillo de felicidad artificial, que no alcanza para ni siquiera compartirla con los demás; cada quien hace listas de deseos sin llenar líneas de buenos pensamientos para el ajeno; cada quien celebra una nueva navidad cada día sin incluir al desdichado que quizás no tenga ni para la natilla.

Año tras año, las navidades pierden esencia y se hincan en nuevas tendencias, las cuales parecen, se tratan de restar importancia a las malas hazañas que realizamos, y al buen acto de ofrecer perdón y fortalecer los vínculos de unión familiar y social. Si tan sólo nos moviera algo más que la bolsa de regalo, la música, el buñuelo y el pavo.



lunes, 1 de octubre de 2012

Érase una vez la muerte.

Érase una vez la muerte

Los días han muerto para esta alma pecadora; su cuerpo yace tendido sin un respiro en el umbral del universo desconocido: cielo o infierno, la nada o el infinito. No quedan pasos que dar ni caminos que recorrer en el portal de vida dejado atrás. Sólo yace la carretera que conduce al destino de las ánimas mortales...al más allá.


La muerte, indeseable y provocativa a la vez. Como un pasillo al que nos asusta atravesar, pero no podemos negar la ansiedad por saber lo que se esconde allí detrás de él. Todos sabemos que llegaremos, no sabemos la hora exacta, el lugar, y en ocasiones, ni la forma, pero sabemos que allí la puerta estará abierta desde el momento en que la vida nos abrió la suya.


Cuántos anhelos, cuántas alegrías, cuantos besos, abrazos y caricias petrificadas en el pasado de tu anterior vivir, ¿qué me llevo? ¿existirá el reencarnar de almas? ¿debo someterme al juicio final y al próximo destino que un dios cualquiera quiera decidir? ó ¿simplemente aceptar que el fin ha llegado y comprender que mi existencia sea reducida a un kilo de huesos y piel pútridos enterrados en cemento, con la única esperanza de ser recordados a través de una lápida cubierta de flores vivas que se marchitan con el mar de lágrimas de los entes que aún respiran en aquel pasado: mi pasado?


Ustedes hablan de muertes bonitas. Nadie puede decir qué muerte es más bonita; si la que resulta de una enfermedad terminal, un disparo ajeno por razones miserables, un desastre natural catastrófico, un suicidio absurdo, ó la tal causa natural. Ustedes hablan de decidir por otros, de elegir su vivir y su muerte, Ustedes claman por la muerte de algunos como única vía al descanso eterno. Ustedes matan cada día y nosotros morimos cada minuto. ¿Cuántas muertes existen? No sólo una, Miles. No es sólo muerte física, no es sólo muerte espiritual. Muere un mundo tras el fin de una vida. ¿Y cuántos valoran esa vida?


No hay tal elixir de la vida...

“Me voy de éste mundo sin la sonrisa con que planeaba despedirme. Nunca comprendí por qué la gente asesinaba”. Epitafio (Annabel)

Annabel A. P.
                   

                                                       

miércoles, 25 de julio de 2012

.::. Noche turbia .::.




Cae la noche y en un impetuoso infierno se transforma este día. La ligera frescura de la mañana se esfumó en la tarde lúgubre de nubes negras y relámpagos detonantes. Con el olor de la tierna flor que asoma sus pétalos en mi terraza, trato de perfumar esta terrible preocupación que abruma en esta noche a mi alma, por no saber con certeza a dónde irá a parar este hilo de ilusiones rotas.


El río empieza a sonar con alta rudeza, su envoltijo de agua opaca se desborda por la calle trasera de mi casa e inunda mi calma sin importar daño alguno; tan sólo cubre esta tímida mirada, la inunda de llanto y sollozos haciendo a mi cuerpo convulsionar en medio de la crujida tormenta y así es como la noche turbia comienza.


Agujeros en el tejado, llueve piedra y agua a cántaros. Nada ni nadie detiene esta tormenta nocturna. Crece el arroyo en la calle J, y mi terraza se inunda de esa nebulosa. La brisa con prisa viene a alejarme de la tranquila  tertulia sostenida entre mi gato y yo; viene, viene a arrasar con sus susurros guturales y dejando a su paso, rastros de desechos arrojados por el equívoco ente humano.


Sola, así he quedado después de los instantes de este embrollado momento. Sola, sin una ilusión, sin mi taza de té, sin mi florecita tierna, sin hilos que tejer. Así termina esta historia, con nudo y sin desenlace, con un comienzo a tientas y sin un final felíz. De esta manera, me despido con un hasta luego, pues queda mucho que barrer aquí, tal vez vuelva con el seguimiento de esta historia, o quizá le invente un final feliz.

Annabel Lee.