… Érase una vez la muerte …
Los
días han muerto para esta alma pecadora; su cuerpo yace tendido sin un
respiro en el umbral del universo desconocido: cielo o infierno, la nada
o el infinito. No quedan pasos que dar ni caminos que recorrer en el
portal de vida dejado atrás. Sólo yace la carretera que conduce al
destino de las ánimas mortales...al más allá.
La
muerte, indeseable y provocativa a la vez. Como un pasillo al que nos
asusta atravesar, pero no podemos negar la ansiedad por saber lo que se
esconde allí detrás de él. Todos sabemos que llegaremos, no sabemos la
hora exacta, el lugar, y en ocasiones, ni la forma, pero sabemos que
allí la puerta estará abierta desde el momento en que la vida nos abrió
la suya.
Cuántos
anhelos, cuántas alegrías, cuantos besos, abrazos y caricias
petrificadas en el pasado de tu anterior vivir, ¿qué me llevo? ¿existirá
el reencarnar de almas? ¿debo someterme al juicio final y al próximo
destino que un dios cualquiera quiera decidir? ó ¿simplemente aceptar
que el fin ha llegado y comprender que mi existencia sea reducida a un
kilo de huesos y piel pútridos enterrados en cemento, con la única
esperanza de ser recordados a través de una lápida cubierta de flores
vivas que se marchitan con el mar de lágrimas de los entes que aún
respiran en aquel pasado: mi pasado?
Ustedes
hablan de muertes bonitas. Nadie puede decir qué muerte es más bonita;
si la que resulta de una enfermedad terminal, un disparo ajeno por
razones miserables, un desastre natural catastrófico, un suicidio
absurdo, ó la tal causa natural. Ustedes hablan de decidir por otros, de
elegir su vivir y su muerte, Ustedes claman por la muerte de algunos
como única vía al descanso eterno. Ustedes matan cada día y nosotros
morimos cada minuto. ¿Cuántas muertes existen? No sólo una, Miles. No es
sólo muerte física, no es sólo muerte espiritual. Muere un mundo tras
el fin de una vida. ¿Y cuántos valoran esa vida?
No hay tal elixir de la vida...
“Me
voy de éste mundo sin la sonrisa con que planeaba despedirme. Nunca
comprendí por qué la gente asesinaba”. Epitafio (Annabel)
Annabel A. P.
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