Nuevos aires de Navidad.
El cielo amanece y trae un nuevo aire a este día, quizás un poco perfumado de aquellas épocas anteriores en que para estos tiempos todo era gozo, obsequios y asombrosas cenas, pero más que eso, la unión y la reconciliación se hacían visibles como banderas que marcaban un nuevo tiempo de armonía, pero ahora con un aroma menos dulce, más seco y lleno de agridulzuras.
Estas navidades yacen empolvadas de recuerdos y bellas nostalgias de los buenos tiempos del pasado que rocían de melancolía estas tardes decembrinas en que ya no se oyen muchos niños cantar alegrías, no se ven familias bailando las 4 fiestas, ni casas decoradas de la verdadera luz que iluminaría sus almas: la de la alegría; tan sólo yacen ecos de olvido para las almas sumergidas en infortunios, que no poseen hogar, ni pan, ni abrigo...sólo soledad, tristeza y olvido.
Las pasabocas, el pavo y la champañas juegan a cumplir el papel de ayudarnos a pasar el trago amargo de las angustias que nos aquejan, los odios que guardamos, las injusticias que observamos, las amarguras que nos inquietan, los desamores que nos revientan y las tristezas que nos penetran.
Cada quien resguarda un invierno de vicisitudes que no alcanza para darle paso a la primavera de bienandanzas; cada quien construye un castillo de felicidad artificial, que no alcanza para ni siquiera compartirla con los demás; cada quien hace listas de deseos sin llenar líneas de buenos pensamientos para el ajeno; cada quien celebra una nueva navidad cada día sin incluir al desdichado que quizás no tenga ni para la natilla.
Año tras año, las navidades pierden esencia y se hincan en nuevas tendencias, las cuales parecen, se tratan de restar importancia a las malas hazañas que realizamos, y al buen acto de ofrecer perdón y fortalecer los vínculos de unión familiar y social. Si tan sólo nos moviera algo más que la bolsa de regalo, la música, el buñuelo y el pavo.